Enrique VIII murió en 1547, al final de una carrera oscurecida por numerosas acciones de avaricia y crueldad. En el siglo XX un clérigo inglés creyó haber logrado que el espíritu del monarca se arrepintiera.
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El peso de los antiguos pecados estorbó seguramente los progresos de Enrique VIII en la otra vida. El canónigo Pakenham-Walsh creyó que la misión de su vida era ayudarlo a salir del «lugar oscuro» donde se encontraba.
Enrique VIII
En 1917 un misionero británico en China leyó por casualidad una biografía de la reina Ana Bolena, segunda esposa de Enrique VIII, que fue ejecutada por adulterio en 1536. El misionero era William Pakenham-Walsh, más tarde canónigo de la catedral de Peterborough. Al principio se interesó por la vida de Ana pero, gradualmente, se sumergió en el tema que pronto se transformó en la pasión de su vida. Cuando volvió a Inglaterra decidió rescatar la reputación de «una reina que había sido muy mal comprendida», pero pronto se vio arrastrado por los sufrimientos de Enrique VIII después de su muerte, tal como los contaban algunos médiums muy conocidos.
Las experiencias de Pakenham-Walsh están narradas en el libro "A Tudor Story", publicado en 1963, tres años después de la muerte del autor a los 92 años. Es una historia extraña y conmovedora. La sinceridad, la integridad y la simplicidad del clérigo son palpables. Carecía de poderes psíquicos. Era un hombre bondadoso y sencillo a quien gustaba ir en bicicleta y hacer excursiones a pie. Pero en las sesiones se saltaba todas las reglas posibles, suministrando información por anticipado y «orientando» al médium de varias maneras. Pese a todo, a causa de su coherencia interna, de ciertas pruebas circunstanciales y de la decisión del clérigo, el libro constituye una curiosa e importante aportación a la literatura psíquica.
Él creía que era inocente del adulterio por el que fue ejecutada. Su verdadero delito, para Enrique VIII, consistió en no dar al rey un heredero varón.
En agosto de 1921, Pankenham-Walsh conoció a una tal señora Clegg, una médium, en casa de su hermana. La primera sesión fue el modelo de las muchas que seguirían durante los 12 años posteriores, con otros médiums: una mezcla de «orientaciones» ingenuas y lecturas entre líneas del canónigo, y de «pruebas» genuinas pero oscuras. El espíritu de un anciano de cabellos blancos que se apareció a la señora Clegg fue tomado por el canónigo por el padre de Ana Bolena; una vaga descripción de su hija «con buenas manos, más bien llenita» era, según dijo «una perfecta descripción de lady Ana» (a pesar de que Ana tenía seis dedos en una mano).
Sin embargo, parte de la información quedó confirmada tras una investigación. La reina Ana Bolena sí había tenido cinco hermanos, cuyos nombres citó correctamente la señora Clegg, y se había peleado seriamente con su hermana Mary, como había dicho la médium. Pero entonces, Pakenham-Walsh cometió el grave error de comunicar a la médium quién era el espíritu... y de asistir a otras sesiones después. Una terminó cuando la señora Clegg le dijo que Ana preveía que «le ofrecerán una parroquia con copos de nieve e irá allí con narcisos.» Poco después, Pakenham-Walsh fue destinado a la parroquia de Sulgrave, en Northamptonshire, alfombrada de copos de nieve en su primera visita a inflamada de narcisos cuando se fue a vivir allí. El jardinero dijo que «no había visto nada igual en 40 años».
Con el paso del tiempo Ilegó a ser canónigo de la catedral de Peterborough, donde, según observó, había una capilla dedicada a Catalina de Aragón, la primera esposa de Enrique VIII. Su devoción por Ana Bolena, ¿le hizo interpretar mal los datos que surgían en las sesiones? ¿O lo marcó como el destinatario ideal para la urgente solicitud de ayuda de la reina?.
Si Ana Bolena hubiera limitado sus «visitas» a la señora Clegg, la historia podría haber quedado así. Pero en diciembre de 1922, Pakenham-Walsh recibió una carta de la señorita Eleanor Kelly, una psíquica cristiana. Decía que en su sesión diaria de escritura automática había recibido un mensaje que mencionaba al canónigo y a Frederick Bligh Bond, otro psíquico famoso. Añadía: «De vez en cuando he tenido algunas comunicaciones con almas que murieron en el mismo período que Enrique VIII y me interesa mucho la referencia (en su manuscrito) a él y a lady Ana, así corno la necesidad... de perdón por parte de ella y de reparación por parte de él.»
Más tarde recibió otro mensaje, esta vez de «Alwyn, que fue un Thane de Sussex». Explicaba la tarea a realizar:
De la misma manera que todos quienes intervienen íntimamente en las vidas de otros deben suprimir todo cuanto impide su unidad, así esas dos almas deben ser limpiadas, cada una por sí sola, y cada una en unión con la otra, antes de que puedan tomar sus lugares en la gran estructura del Cuerpo de Cristo. Ana todavía debe dejar caer algunas sombras antes de que su visión sea clara; él, Enrique, apenas está empezando a sentir una vaga conciencia de su necesidad de quedar limpio.
Con esa finalidad, el señor Bond arregló lo necesario para que el canónigo conociera a una de las médiums más famosas de su tiempo, la señora Hester Dowden en su casa de Chelsea, en Londres. La sesión fue de escritura automática, y la palabra «Catalina» apareció varias veces. Después, el lápiz escribió: «Quiero que ayude a alguien que necesita ayuda de su mundo.» Obedeciendo instrucciones, se trasladaron a una casa próxima, donde podría hacerse un mejor «contacto» . Allí el lápiz de la señora Dowden voló con violencia por su bloc: «Estoy aquí -ENRIQUE REX.» El canónigo creía haber logrado un contacto con el rey a través de Catalina de Aragón, su primera esposa.
Sus restos yacen a la izquierda del altar. Pakenham-Walsh rezó aquí para que Ana «pudiera ser su ángel guardián». Poco después, ella se comunicó con él durante una sesión .
Usando a la señora Dowden como amanuense, el señor Bond y la señorita Kelly hablaron con el monarca. Cuando se le preguntó si sabía que estaba muerto, Enrique replicó: «Sí, lo sé. Ha sido una pesadilla... Quiero que me diga exactamente qué ha pasado y por qué estoy aún en un lugar oscuro. Me siento como si estuviera de vuelta en la Tierra.» Dijo que su hija Isabel (cuya madre fue Ana Bolena) no significaba nada para él. Cuando le dijeron que había sido una gran gobernante, contestó ácidamente: «No lo esperaba de la hija de su madre.» Cuando se le recordó que el derecho divino de los monarcas no tendría ningún peso el día del Juicio Final, Henry tronó: «No lo escucharé. Eres un tonto. En mis tiempos lo hubiera hecho ejecutar.» La información de que, en ese momento, el rey de Inglaterra era Jorge V causó otro estallido: «No me importa. Eres un granuja; un bellaco de taberna que se burla de mí porque estoy a su merced.» Oscilando entre la autoconmiseración y los estallidos de ira, asintió finalmente a orar pidiendo perdón, pero añadió: «No rezaré aquí. Un rey reza solo.»
Enrique parecía estar viviendo un gran conflicto interno a causa de sus acciones como rey. Parecía necesitar perdonar y ser perdonado por otras almas de su tiempo, como el cardenal Thomas Wolsey y su tercera reina, Jane Seymour. Los historiadores creen generalmente que fue su esposa favorita, pero el espíritu del rey vociferó que la detestaba. El odio parecía ser el principal obstáculo para su progreso espiritual. Por lo tanto, el canónigo se alegró mucho cuando él y las médiums lograron la reconciliación de los espíritus de Enrique y Jane.
Eduardo VI era hijo de Enrique y de Jane Seymour, y ocupó el trono al morir su padre. Tenía nueve años cuando fue coronado, y a los 16 había muerto de tisis. El deseo de Enrique de reunirse con sus hijos Enrique y Eduardo pareció motivar su voluntad de arrepentimiento.
De sus seis mujeres, fue la primera, Catalina de Aragón, la que le reclamó como esposo y escribió, a través de la señorita Kelly: «El amor lo está guiando a lo largo del difícil sendero cuesta arriba.» Pero resulta claro que el deseo de Enrique de ser guiado se acentuó cuando Pakenham-Walsh le dijo que si se arrepentía de sus pecados se reuniría con sus hijos, Enrique, que murió a las seis semanas de vida (pero que, según se dijo, había crecido en la otra vida) y Eduardo, que reinó de 1547 a 1553.
El gran día del canónigo fue el 24 de junio de 1933, cuando, acompañado de dos médiums, la señora Heber-Percy y la señora Theo Monson, se halló en «presencia» no sólo de Enrique y sus esposas, Wolsey, Tomás Moro, Isabel I y otros personajes históricos, sino de los espíritus de sus propios hijos, Helen y Willy. Enrique deseaba que se hiciera público que se arrepentía de sus malas acciones. Ana Bolena añadió que «el manuscrito (de A Tudor Story) es una de las escaleras desde aquí hasta usted, y desde usted a nosotros, por la que muchos podrán trepar hasta la verdadera sabiduría.» El canónigo bendijo a los presentes, visibles o invisibles, y los visitantes se marcharon.
El deseo de Enrique de divorciarse de Catalina y casarse con Ana Bolena para asegurar la sucesión llevó a la ruptura de Inglaterra con Roma y a la creación de la Iglesia Anglicana. Catalina se negó a reconocer la anulación decretada por Thomas Cramer, el nuevo arzobispo de Canterbury y, según se dice, seguía oponiéndose a ello 400 años después de morir.
Si uno cree que el alma sobrevive a la muerte y que hasta el hombre más malvado puede obtener apoyo para progresar en la otra vida, entonces el honesto e infantil canónigo parece el más indicado para «rescatar» al arrogante Enrique.
Pero, para los críticos, resultará muy fácil echar abajo la historia. Aunque ninguna de las médiums conocía a Pakenham-Walsh anteriormente, ciertamente habrían oído hablar de su obsesión por los Tudor. Un sensitivo podría haber recibido impresiones telepáticas de su exaltación por Ana Bolena. Es natural también que Pakenham-Walsh deseara ayudar a Enrique, un alma torturada en busca de redención. Resulta significativo que Catalina, la primera mujer de Enrique, buscara apoyo terrestre en él. Con toda seguridad, el canónigo consideraba que ella había sido la única mujer legal de Enrique. Aunque varias «pruebas» propuestas por Ana fueron utilizadas por Pakenham-Walsh como demostración de su supervivencia, también podría decirse que sólo probaban su ignorancia acerca de la teoría moderna de la PES.
Ana Bolena dijo en el patíbulo en 1536: «Ruego a Dios que salve al Rey.» ¿Será posible que un amable ex misionero fuera elegido, 400 años más tarde, para atender a su plegaria?.
De: http://www.mundoparanormal.com
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